Un mal viejo, nuevo y hasta eterno
El significado de populismo, extraído del DRAE,
refiere a la "Tendencia política que pretende atraerse -acercarse y retener la virtud de- a las clases populares",
de donde se puede precisar, que el líder populista se arroga la representación,
y hasta la encarnación, del pueblo, llegando a presentarse, por tanto, como el intérprete
y salvador del pueblo.
De ahí que algunos líderes populistas han
empleado la alocución o arenga según la cual: El pueblo solo salva al pueblo, pues con ello pretenden erigirse
como su representante legítimo -el del pueblo-, además de proponerse
identificar a sus enemigos -los del pueblo-, que se encuentra fundamentalmente
en las élites dominantes, a quienes atribuyen las desgracias por la que pasa el
pueblo.
Es desde ese discurso, en el que el líder
populista procura, luego de descifrar las calamidades e injusticia que vive su
pueblo, y que las explota a su favor -las de él-, para ganar el favor de sus
seguidores a cambio de la promesa de redimirles.
Los líderes populistas, carismáticos por
esencia, los hay desde cada extremo de la concepción ideológica política
-izquierda o derecha-, y entre las causas que explotan es el nacionalismo, y
con él, en sus precursores patrios, a quienes dicen representar, o de quienes,
en los casos más modestos, enarbolan sus banderas fundacionales, aunque ha
habido, quienes vosean, su reencarnación en ellos mismos, además de procurar,
por todos los medios posibles, reconocer a un enemigo externo -preferiblemente-.
De manera tal, que al conjugar a las élites
dominantes y la bota extranjera que profana el suelo patrio, procuran
concentrar su artillería más pesada en tales enemigos, prometiendo redimir al
pueblo de todas sus calamidades.
Aunque en algunas literaturas se procura
destacar que el populismo es una cosa de los latinoamericanos, que si lo hay e
incluyen a representantes como a: Domingo Perón, Getulio Vargas, López Obrador,
Hugo Chávez, Evo Morales y Lucio Gutiérrez, entre otros, también se les aprecia
en otras latitudes y momentos históricos como el caso de: Espartaco, Mussolini
y Hitler quienes devinieron en gobiernos fascistas -doctrina totalitaria
nacionalista-.
Ahora bien, una vez llegados a funciones de
gobierno, este tipo de liderazgo se concentra en comportarse como el gran
proveedor de las clases populares a quienes procurar mitigar sus necesidades (véase
el efecto 80 – 20 del filósofo y matemático Vilfredo Pareto), lo que no
necesariamente pasa por algún esfuerzo, y sin dejar de enfatizar en los
enemigos internos -las élites sociales-, tanto como en el externo -el imperio-,
sin importar trastocar el sistema económico o el aparato productivo, al que procuran
cambiar por otro, que enuncian como, más justo e igualitario.
Sin embargo, esta maniobra populista en la que
refuerzan su andar, lo hacen a sacrificio de valores sociales como el trabajo y
la educación, con la aspiración de mantener el favor del pueblo mediante el
voto, cuando ello sea necesario.
Aunque pareciera que el populismo se encuentra
en boga, hoy igualmente se habla de neopopulismo, teniendo entres sus
manifestaciones una economía centrada en el mercado nacional, además de emplear
elementos raciales con lo cual emerge la natural confrontación social, lo que
parece ser el caso del Sr. Donald Trump.
En ambos casos, el del populismo o el del
neopopulismo, el líder es meramente carismático -seductor- dado que cautiva y genera
entusiasmo en sus seguidores a quienes expone fundamentalmente lo que desean escuchar.
Desde el discernimiento de este escribidor, en
Venezuela, por lo menos desde la segunda parte del siglo XX hasta estos días,
el liderazgo nacional, ha sido signado por el populismo, pues se ha centrado en
ofrecer solo dadivas o beneficios de su gobierno, verbigracia, distribución o re-distribución de la riqueza, sin
esperar o pedir esfuerzo o sacrificio alguno, con lo cual se procura esparcir el
concepto de ser una nación rica por sus recursos naturales, dada la venia de
Dios, a la que se tiene merecimiento absoluto, siendo más recientemente acentuado,
la concepción del estado dador, esperando que los ciudadanos solo tengan
estirada la mano para recibir el favor del gobierno, además de su agradecerlo, aunque
al final sea solo una dadiva miserable con la que no alcance cubrir -el pueblo-
sus necesidades más elementales.
El reconocer estas perversas prácticas, las del
líder populista y el pueblo aceptador de las mieles estadales, más que una
necesidad, deber para aprender a elegir, así como comprender que la
responsabilidad por los destinos del país, como tampoco los individuales, tocan
a otros, sino que por el contrario, toca a todos y a cada uno, además de
aprender elegir e internalizar que con el estudio, el trabajo, como valores
esenciales, y la verdadera participación, ejercicio de ciudadanía que supone
deberes y derechos, es que podemos enrumbar a este país al destino glorioso que
nos merecemos, si nos esforzamos.
De manera que, no basta elegir, sino además de
saber elegir, participar verdaderamente activa en los asuntos públicos, pues no
están reservados a ningún líder.
Un libre pensador
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