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sábado, 22 de octubre de 2016

El líder que no fue

Entre las frases célebres que le atribuía a Winston Churchill, por lo menos así fue para quien esto escribe, es aquella según la cual: "un líder inteligente, es aquel que sabe rodearse de personas más inteligentes que él", sin embargo, resulta ser el epitafio de Andrew Carnegie, quien ordenó colocar en su lapida: "Aquí yace un hombre que supo rodearse de personas más inteligentes que él".
Tal inscripción trasladada al ejercicio del liderazgo, encierra un mensaje de humildad y grandeza al mismo tiempo. La humildad como aquella virtud que destaca el conocimiento de las falencias propias, y una nobleza al reconocer en otros las capacidades y sapiencias que poseen, y asociadas, constituyen una mayor fortaleza, sin importar la empresa de que se trate.
Sin embargo, el líder que se hace rodear de gente menos inteligente que él, se encuentra prisionero de sus propias megalomanías, perturbaciones y deseos por ser reconocido como líder, pues tiene miedo de quedar al desnudo, aunque ya lo está y él no lo sabe, ante sus seguidores, sin entender que son ellos, sus partidarios, quienes terminan haciendo al líder que se es.
Lo anterior, como lo primero, permite descifrar el conocimiento que de sí mismo posee el líder. Sin embargo, en el segundo caso, donde pongo el énfasis hoy, ese tipo de liderazgo que verdaderamente no comprende su misión, es capaz de argucias para hacerse del reconocimiento, y sin nunca entender, que por su alta visibilidad se constituyen en ejemplo a seguir, lo que se agrava, cuando el liderazgo es asumido por un heredero incondicional y sectario que aprendió lo peor de su progenitor, además de poseer más limitaciones que el original.
Pero tratándose precisamente de las vicisitudes aprehendidas por el cesionario, son precisamente aquellos hechos que llevan a derruir hasta instituciones enteras.
Como indica la sabiduría popular, basta un botón, y es el caso del líder antecesor cuando luego de retirar de su entorno a los más inteligentes que él, y a cambio de prebendas, se hace de incondicionales y sumisos a los desmanes que el líder perpetra, muy a pesar de lo que las instituciones a las que pertenecen, les concierne.
Para hacerse de esos acólitos, el líder fundador inicia su andar -su fechoría-, dando reconocimiento, que los abyectos, no tienen ni merecen, otorgando elevaciones que difícilmente hubieran alcanzado, asunto que el líder procura reservarse sólo para él, permitiendo enriquecimiento inusitado sin justificación alguna, y otras trapacerías más que les garanticen cuotas de poder y hasta la creencia que ellos son el fiel de la balanza.
Una vez iniciada esta industria, se vuelve como bola de nieve que cuesta abajo crece y crece, por lo que toca al usufructuario heredero, consentir más favores y más trastadas que les beneficie, pues son precisamente sus seguidores, quienes le dan soporte.
Tal es el milagro favorecedor de esos seguidores, que se convierten en los más fervientes defensores de ese liderazgo, sin comprender, o sin importar, a quienes hacen daño, siendo ahora los verdugos de sus congéneres, aunque entre los afectados, se incluyan, inicialmente sus apegos de amistad y luego su misma progenie.
Lamentablemente, no les importa el juicio de la historia, como tampoco le temen al juicio final o a Dios, pues creen tener el sartén por el mango y en consecuencia, creen poder siempre negociar. Pero el tiempo se acorta y cada día que pasa, ese arreglo será más difícil.
Lamentablemente esta expedición del liderazgo con pies de barro, nunca comprendió, y difícilmente comprenderá, su responsabilidad versus sus privilegios personales o grupales, en su quehacer diario, son intolerantes y su virtud es la del demoledor como Nerón.
Parece que la cuestión es, luego de examinarse a sí mismo, saber elegir de quienes te haces rodear, a partir en vislumbrar cuál es la verdadera responsabilidad de vida, que como líder cada quien posee.
@Orestessalerno
Un libre pensador

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