Entre
las frases célebres que le atribuía a Winston Churchill, por lo menos así fue para
quien esto escribe, es aquella según la cual: "un líder inteligente, es
aquel que sabe rodearse de personas más inteligentes que él", sin embargo,
resulta ser el epitafio de Andrew Carnegie, quien
ordenó colocar en su lapida: "Aquí yace un hombre que supo rodearse de
personas más inteligentes que él".
Tal inscripción
trasladada al ejercicio del liderazgo, encierra un mensaje de humildad y
grandeza al mismo tiempo. La humildad como aquella virtud que destaca el
conocimiento de las falencias propias, y una nobleza al reconocer en otros las
capacidades y sapiencias que poseen, y asociadas, constituyen una mayor
fortaleza, sin importar la empresa de que se trate.
Sin
embargo, el líder que se hace rodear de gente menos inteligente que él, se
encuentra prisionero de sus propias megalomanías, perturbaciones y deseos por
ser reconocido como líder, pues tiene miedo de quedar al desnudo, aunque ya lo está
y él no lo sabe, ante sus seguidores, sin entender que son ellos, sus partidarios,
quienes terminan haciendo al líder que se es.
Lo
anterior, como lo primero, permite descifrar el conocimiento que de sí mismo posee
el líder. Sin embargo, en el segundo caso, donde pongo el énfasis hoy, ese tipo
de liderazgo que verdaderamente no comprende su misión, es capaz de argucias
para hacerse del reconocimiento, y sin nunca entender, que por su alta visibilidad
se constituyen en ejemplo a seguir, lo que se agrava, cuando el liderazgo es
asumido por un heredero incondicional y sectario que aprendió lo peor de su
progenitor, además de poseer más limitaciones que el original.
Pero tratándose
precisamente de las vicisitudes aprehendidas por el cesionario, son
precisamente aquellos hechos que llevan a derruir hasta instituciones enteras.
Como
indica la sabiduría popular, basta un botón, y es el caso del líder antecesor cuando
luego de retirar de su entorno a los más inteligentes que él, y a cambio de prebendas,
se hace de incondicionales y sumisos a los desmanes que el líder perpetra, muy
a pesar de lo que las instituciones a las que pertenecen, les concierne.
Para
hacerse de esos acólitos, el líder fundador inicia su andar -su fechoría-,
dando reconocimiento, que los abyectos, no tienen ni merecen, otorgando elevaciones
que difícilmente hubieran alcanzado, asunto que el líder procura reservarse
sólo para él, permitiendo enriquecimiento inusitado sin justificación alguna, y
otras trapacerías más que les garanticen cuotas de poder y hasta la creencia que
ellos son el fiel de la balanza.
Una vez
iniciada esta industria, se vuelve como bola de nieve que cuesta abajo crece y
crece, por lo que toca al usufructuario heredero, consentir más favores y más trastadas
que les beneficie, pues son precisamente sus seguidores, quienes le dan
soporte.
Tal es el
milagro favorecedor de esos seguidores, que se convierten en los más fervientes
defensores de ese liderazgo, sin comprender, o sin importar, a quienes hacen
daño, siendo ahora los verdugos de sus congéneres, aunque entre los afectados,
se incluyan, inicialmente sus apegos de amistad y luego su misma progenie.
Lamentablemente,
no les importa el juicio de la historia, como tampoco le temen al juicio final
o a Dios, pues creen tener el sartén por el mango y en consecuencia, creen
poder siempre negociar. Pero el tiempo se acorta y cada día que pasa, ese arreglo
será más difícil.
Lamentablemente
esta expedición del liderazgo con pies de barro, nunca comprendió, y difícilmente
comprenderá, su responsabilidad versus sus
privilegios personales o grupales, en su quehacer diario, son intolerantes y su
virtud es la del demoledor como Nerón.
Parece
que la cuestión es, luego de examinarse a sí mismo, saber elegir de quienes te
haces rodear, a partir en vislumbrar cuál es la verdadera responsabilidad de
vida, que como líder cada quien posee.
@Orestessalerno
Un libre pensador
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