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viernes, 16 de septiembre de 2016

Mi Frustración como Venezolano al ver televisión internacional

Una de las pocas posibilidades recreativas del los hijos de Bolívar, es instalarnos horas frente a nuestra vieja amiga “La Televisión”. En esa antigua relación bidireccional no estamos saliendo bien parados. Nuestra idiosincrasia hace que tengamos intereses comunes, a casi todos nos encanta ver programas sobre culturas de otros países y en otros tiempos, eso servía en muchos casos para fijar una meta de un futuro viaje, que tal vez con el poder del ahorro (cosa que ya no existe) y la posibilidad de comprar divisas y pasajes, podía materializarse en un viaje para tener la fortuna de conocer otros países y sus costumbres, incluyendo la gastronomía extranjera, que deleitó a muchos de nosotros por otras latitudes. Ya no es posible por razones hartamente conocidas. (Frustración 1). Ya que no podemos salir, continuamos viendo televisión y a lo mejor nos dedicamos a ver algún programa de autos, cosa que también nos gusta mucho a los varones venezolanos. En estos reality, se nos van los ojitos cuando vemos como esos pinches gringos, europeos y hasta nuestros vecinos latinoamericanos, desmantelan carros en perfecto estado y los convierten en verdaderas piezas de arte sobre ruedas. Esos vehículos los ponen Tuning con poderosos equipos de sonido, tapicerías exuberantes, pintura tornasol, rines y cauchos inimaginables que convierte a los carros en maquinas de otro mundo. Es ahí, cuando en mi caso particular, ya no aguanto tanta maravilla inalcanzable y me paro a rallar una ñinguita de papelón quemao que me queda, mientras se cuela un café medio chimbo que compré y observo desde la ventana de la cocina (que le faltan unos vidrios) mi camioneta vieja con los cuchos lisos, que tengo parada en una bajadita para prenderla empujada, porque tiene la batería dañada y no puedo cambiarla con mi sueldo de profesor universitario -gracias a Dios está allí, es más fiel que un marido limpio- (Frustración 2). Ya con mi taza de café humeante, me envalentono, me vuelvo a sentar y cambio el canal para ver otro programa, en este caso uno de restauración de casas. Literalmente se me enfría el guarapo cuando veo con horror como unos tipos que son hermanos, le caen a mandarriazos a cocinas empotradas buenecitas (incluyendo topes de granito y mármol) para sustituirlos por nuevos modelos, se me abre la boca cuando luego de restaurar aquellas mansiones, llega un rolo de camión cargado con los nuevos muebles, equipos y electrodomésticos de última generación para ese maravilloso hogar –recuerdo en ese momento que tengo la lavadora jodida-. Allí me echo un buchito de café frío y veo por la ventana de mi habitación, el espacio vacío de la parte trasera de mi casa (gracias al señor tengo una), donde desde hace años he querido hacer una ampliación (una parrillera con un bañito), la cual no he podido. (frustración 3). Cambio de nuevo el canal y me paseo otra vez por esos programas de motores (de verdad que soy mosoquista), me dejo de vainas y me planto en un programa de motos –también nos encantan estos programas a casi todos los tipos de este país-. Allí se conjugan dos grades pasiones masculinas, como son las motos y los viajes en patota (se me cayó la cédula), obviamente además de las poderosas motos, estos ciudadanos comunes y silvestres de otros países, que son contemporáneos conmigo y me da arrechera, llevan puestas sus respectivas indumentarias de cuero con puyas y una botas como de astronautas. (Frustración 4). La última vez que tuve una experiencia similar, fue cuando pagué un moto taxi para llegar a mi casa una noche que salí tarde de dar clases, la cual por cierto, me salió cara porque se me derritió un tacón del zapato, que estaba apoyado en el tubo de escape de la moto vera que me llevó y que el respectivo chofer tuky no me rebajó ni medio por mi pérdida. Otro día comienzo mi rutina televisiva con un programa de otro género, uno que se llama “no te lo pongas”. Allí escogen a una persona que se viste feo y le cambian todo el guarda ropas por atuendos de última moda (ya no recuerdo a que huele una chaqueta de cuero nueva), trato de imaginarme el aroma de los perfumes, mientras recuerdo que ya no tengo desodorante ni crema dental y que tengo varios meses bañándome con un pedacito de jabón azul con pelos. Fantaseo imaginando que el bono de fin de año como docente, me va permitir comprar los estrenos en Traky -pero en las rebajas de enero, o sea, después de navidad- mientras tanto aprovecho para remendar unas medias con un bombillo dentro -los chamos no saben a que me refiero- (frustración 5). Finalmente, me instalo en los programas de cocina, estoy en lo mío, para eso estudié 3 años. Allí dejo volar mis sentidos al divagar entre tantas alternativas de programas de concursos y retos, con la posibilidad de tener todos ingredientes que uno se puede imaginar, dentro de instalaciones culinarias que dan grima por lo completas y relucientes. Estos cocineros cuentan con trufas del sur de Francia, foie gras de Bulgaria, wasabi Ruso, aceite de oliva extra virgen Español, aceite de ajonjolí y salsa de ostras China, pinzas de cangrejos de Alaska, Langostas de Maine o Canadienses, centollas del mar de Bering, jamón serrano pata negra Ibérico y pare usted de contar. Por instinto y un como un reflejo condicionado, -como cuando veíamos Sábado Sensacional en familia-, aprovecho las propagandas y corro a la nevera a prepararme un bocadillo y recuerdo mientras llego, que desde hace meses la desconecté para ahorrar luz y por no poder mas nunca hacer mercado, ahora solo sirve para guardar libros y algunos repuestos de la camioneta. Sin embargo la abro e imagino que hay productos como Cheese Whiz de kraft, pan de sándwich Holsum, salsa de tomate Heinz, mayonesa la Torre del Oro, jamón Plumrose y queso amarillo Holandés (de ese que uno compraba en margarita), Corn Flakes de Kellogg's, leche Carabobo, entre muchas otras “Delicateses”, que los venezolanos ya no podemos disfrutar. (Frustración 6). Espabilo y ya en mi triste realidad, me pongo manos a la obra y monto la olla para ablandar un kilo de yuca, la cual logre comprar sin hacer cola y que el señor que me la vendió me aseguró que estaba blandita. Fuese chévere, como decimos aquí, comérmela con mantequillita, pero como tampoco hay, le tengo que entrar sola o como acompañamiento de unas rueditas de mortadela frita “sin aceite”. Todo este periplo televisivo, comenzó cuando tuve que huir de la “realidad” fantasiosa que muestran los canales del estado Venezolano, en donde se aprecia un país pujante de gente sonriente y hasta gordita, sin problemas de inseguridad, escasez, malos servicios públicos y falta de oportunidades. También le huí a los programas de noticias de los pocos canales privados que quedan y que aún se atreven a mostrar LA REALIDAD lamentable del ciudadano del país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Ahora el tiempo que le dedicaba a la televisión lo uso para leer novelas de ciencia ficción y extraterrestres.
Un ex Televidente
Douglas Meléndez

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