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domingo, 5 de marzo de 2017

Permítanme insistir

Desde hace varios días, he centrado mi tarea de escribir centrado en lo que tiene que ver con la ciudadanía y como parte de su ejercicio estimo esenciales: la educación y el trabajo.
Mediante la educación, se propende, de acuerdo a los principios rectores de la sociedad, desarrollar las capacidades intelectuales, morales y afectivas, conforme a la cultura reinante, para la convivencia social, amén de la trasmisión de conocimientos en procura de una formación que permita un desarrollo autónomo.
En lo que respecta al trabajo, entendido como el esfuerzo -actitud- mental o físico a los fines de satisfacer necesidades, a través de la generación de un bien o servicio, lo que para muchos nos hace diferentes a los animales y hasta justifica nuestra existencia.
La conjunción de ambas concepciones -educación y trabajo-, tiene un significado social relevante pues con ellas se logra alcanzar niveles de prosperidad individual y colectiva, lo cual, a pesar de ser harto conocido, requiere en estos tiempos, ser enfatizado, lo cual puede realizarse a través de ejemplos significativos y como indica la jerga popular: Para muestra un botón.
En este sentido, me permito hacer referencia a una publicación realizada en el diario el universal del 19 de febrero próximo pasado en su pág. 1-4 titulado: Educación, unión y disciplina bases de crecimiento japonés.
Antes de referirme al contenido del artículo en cuestión, me permito destacar varios datos de este país asiático, por demás, interesante cuando se sabe que actualmente es la 3era economía del mundo, siendo sus principales industrias
la de automóviles, equipo de transporte, la electrónica, sustancias químicas, acero, máquinas y herramientas, productos de alimentación procesados, metales no ferrosos, tecnología de punta, industria farmacéutica y aeronáutica.
Territorialmente, Japón es un archipiélago de estrato volcánico, con pocos recursos naturales y energéticos, por lo que deben importar para su consumo el 99% del petróleo, 74% de gas, 98% de hierro, el 100% de bauxita y el 75% de carbón. Posee una superficie de 377.962 Km2 -un tercio de la venezolana- con una población de 126.981.000 personas, estando su tasa de desempleo en 3,2% [información tomada de http://www.datosmacro.com/paises/japon]
Además, resulta esencial el recordar que esta nación oriental en el año 45 del siglo XX, fue atacada con dos bombas nucleares en el marco de la 2da guerra mundial - Hiroshima y Nagasaki-, a pesar de lo cual su economía registra un crecimiento de 40 años. ¿A qué se debe, lo que en alguna oportunidad llamaron, el milagro japonés?
Al respecto, su embajador en Venezuela, Kenji Okada indico que:
"(…) fueron principalmente ocho los bastiones para semejante logro, en este sentido resalto la educación, la disciplina, la unión de la población, la armonía, el estímulo a la cordialidad y el respeto del otro, el amor al trabajo, y la austeridad en el gasto público (…)"

Lo señalado por el embajador, excluyendo la educación, sin duda que se tratan de los valores de la sociedad japonesa, valores que sin duda son trasmitidos mediante la educación, en la que juega papel fundamental la familia, la escuela y la religiosidad en el sentido de la espiritualidad.
Además, esa formación ciudadana, demanda tener formas ejemplarizantes, de ahí la necesidad de poder apreciar la coherencia debida entre el discurso y la acción, de manera especial de los progenitores y el liderazgo, con lo cual todo un país se convierte en una escuela.
El valor al trabajo, y con él, a la justicia -dar a cada quien lo que cada quien merece-, la vida y la convivencia ciudadana, tener la paz como norte, el respeto al otro y al disentimiento, ofrecer igualdad de oportunidades, lo que no implica hacernos a todos iguales, propiciar el libre albedrío -elección consiente de sus consecuencias-, la fraternidad, la solidaridad y el auxilio mutuo, la honradez y honestidad, la sinceridad y el respeto a la ley, entre otros valores, nos potencian desde lo individual y lo colectivo a lograr una sociedad sana y floreciente.
Lo anterior, nos exige el no hacernos cómplices de las diversas formas de corrompernos, de no jugar -o abandonar- al tío tigre y tío conejo, asumir nuestras responsabilidades ciudadanas y a entender que es hoy cuando podemos construir un futuro próspero a legar para las generaciones por venir. A entender que somos nosotros y no otros, los comprometidos de nuestro destino.
Entre las definiciones de valores -valere­­-, encontré como significado "ser fuerte", fuerza que se requiere para entronizar los valores sociales, lo que sin duda nos permitirá erradicar prácticas sociales insanas.
La exaltación que aquí procuro, no constituye un plan de acción para el futuro, sino un llamado a una prediga y una práctica desde el ejemplo ¡YA!. No reclama poseer una posición de liderazgo, ejercer un cargo público o ser propietario de algo distinto de nuestro propio espíritu de ser humano, de ciudadano.

Un libre pensador

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